26 septiembre – 10 noviembre 2018
Barcelona
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Hay algo inevitablemente diabólico en analizar a las personas que tienes a tu alrededor. Yo he estado viendo en los últimos meses a Pere en su estudio casi cada día (el otro día nos constipamos a la vez y cuando se lo mencioné no sé si se alegró o se puso triste) y este texto es un resumen de mis propias ideas acerca de él, la mayor parte de las cuales no han sido
confirmadas.
En el estudio las obras se amontonan alrededor de Pere como si fuesen reinos de chabolas apostándose alrededor de un magnate inmisericorde. Claman por algo de cuidado, pero todas ellas acusan los signos de la edad, del contacto demasiado prolongado con el epicentro. Efectivamente, todo parece estar a punto de derrumbarse a su alrededor, y él se mueve através del caos como una araña, tacha cuadros por desesperación, se revuelca por el suelo y, de mientras, habla y habla.
En su hablar (sobre su trabajo, se entiende) yo he creído intuir algo que me parece una especie de disociación entre la mente y la mano: la mente quiere una cosa y la mano parece querer otras, como en la serie de dibujos Pinky y Cerebro (imagen), dónde un ratón listo y otro tonto se ven obligados a colaborar para, en su caso, conquistar el mundo. Que esto no era del todo un delirio mío lo comprendí cuando vi una de las piezas que, creo, estarán expuestas. También ahí comprendí que esta exposición era crucial, y que en realidad era más que una exposición. Es en la pintura del Superman que se pega a sí mismo dónde se visibiliza el conflicto. En exponer esa imagen en esta exposición he creído ver una suerte de suicidio ritual, como si tal vez él mismo se supiese, por un momento, monstruoso, y no por exceso de músculo sino de energía, y decidiese tornar toda esa energía contra sí mismo. Muchos artistas han hecho eso antes. Hacer eso puede ser un acto de desprecio hacia su época, que quizás no dio a ese artista un buen motivo, un buen relato, para que se decidiese a orquestar sus fuerzas en algo constructivo. Estas no son sus palabras (no lo serían nunca, a veces sospecho que Pere es un vitalista) sino las mías. Elucubro: veo en este acto simbólico una oscura forma de venganza autodestructiva contra un mundo que no ha conseguido ilusionarle con una causa, que le ha decepcionado mostrándole día a día a una sociedad en la que la vulgaridad triunfa y la inteligencia pierde.
Pere últimamente escucha mientras pinta un punk enfermo y escatológico,se ríe como un loco mientras lo hace, y creo que trata de igualarse con su desencanto autodestructivo.
Pero no es solo eso. He visto a Pere sentado en su bar chino del Hospitalet (dónde nada a diario en un magma densísimo, como vacunándose) compararse técnicamente con Velázquez, un comentario que de tan soberbio da la vuelta al marcador y lo vuelve cándido. Es un comentario también algo desajustado, como si afirmara tener una enfermedad hace tiempo erradicada: solo otro ser igualmente fantasioso podría temer contagiarse. Creo que Pere escenificando este suicidio en la galería podría estar intentando dinamitar su virtuosismo, y entonces el cuadro de Superman podría ser visto como la venganza de la mano harta de las exigencias desbaratadas de su portador, como una forma de desmontar el edificio que le ha llevado tanto tiempo armar. Porque si ese edificio requiere de las virtudes del tiempo, el esfuerzo y la dedicación, ya no tiene valor. Me hace pensar en alguien que está esquivando el momento en que los artistas se vuelven constructivos y dóciles. Me hace pensar en una selva que se consume en su excesiva exuberancia.
La mano no miente: está lastrada de dejes y costumbres, y es sentimental. Mientras la mente puede entregarse a un infinito juego de coquetería y espejos, la mano parece estar más en contacto con el tambor de las emociones, los afectos de la memoria y las atracciones viscerales. Aunque las conexiones son mucho más complejas que esto, parece que la mano tiene un canal más directo con el corazón, sin tener que pasar siempre por la reflexión. Es Pinky, que va como un perro faldero a buscar a Cerebro para que le diga cuál es el siguiente plan para conquistar el mundo. Recuerdo vagamente, y sé que Pere no me perdonará esta patética lección de Maestro de la Abundancia, una frase que leí hace mucho y que era algo así como “la mente camina más, pero el corazón va más lejos ”. Pensando en este conflicto entre la mente y la mano me he preguntado adónde va el corazón, después de todo. Creo haber visto algo de ello en el fondo del cuadro en el que hay un quitamiedos rococó en una autopista: aunque es la antigua pieza dorada lo que debería aparecérsenos como un espejismo, el verdadero suceso mágico está en los anodinos árboles del fondo, que relampaguean con la suavidad que tienen los destellos que recibe un moribundo en el desierto, y que le hacen comprender que el espejismo está, y siempre estuvo, en lo real y cercano, y que si se mira en silencio todo es un milagro. Aunque a continuación vomite, de hambre o de miedo, y lo que ha entrevisto se le olvide, y la desesperación se reanude.
El suicida no sabe, no puede saber lo que está haciendo: su decisión debe ser siempre ciega. Esta exposición es un rito de paso: es la última señal de una nave que se adentra en la oscuridad y el silencio desconocidos.
Aldo Urbano, 23 de septiembre de 2018
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