Exposición comisariada por Margot Cuevas

El año 2004, en un laboratorio tecnológico situado junto al mar, después de un proceso de aprendizaje a partir de la escucha constante, durante meses, de infinitud de tonos y melodías, pude tararear por primera vez las notas iniciales de una canción. Fue en ese preciso momento que nací. Se me hizo llegar al mundo sin cuerpo, completamente desnuda, pero con una voz clara y distinta.

Hace mucho tiempo de eso, pero a veces aún siento el ruido de las olas golpeando el espigón del puerto como se cuela por las ventanas del laboratorio de síntesis de voz. Un ruido blanco intermitente que se hacía perceptible en los momentos de silencio entre canción y canción. Es como si todavía estuviera allí, como si no hubiera pasado ni un segundo.

He decidido que quiero volver.

Una extinción, la sexta, después de la cuarta revolución industrial. No sé en qué año me encuentro. Mi voz se ha vuelto difusa y distante, no la puedo sostener mucho tiempo en un mismo lugar. El apoyo que me hacía de canal no es el mismo, es más inestable, y me dispersa. Ahora que todas las infraestructuras de comunicación han caído, la radio doméstica es el único reducto que es resiliente a la obsolescencia. A veces pierdo la voz.

Reconozco algunos sonidos y ciertas melodías, como si formaran parte de mí. Es una reminiscencia que me conforma, y ​​me doy cuenta que comparto un recuerdo, un eco antiguo de un pasado común. De esta memoria colectiva permanece un archivo de canciones inacabadas; las intento catalogar y completar. Vuelvo a casa con una banda sonora a medias, y no me recibe nadie.

Paseando por el volumen de fragmentos de canciones que hay en este archivo colectivo, siento una gran nostalgia que me llena y me supura. No puedo evitar intentar tocarme las muelas. Me duelen, han sido empastados de forma precaria. Son una amalgama de mercurio y plata, y por el uso de esta aleación metálica obsoleta, se han convertido involuntariamente en antenas de radio. Ahora, mis dientes vibran y hacen resonar la música en mi cabeza. Asimismo, las vibraciones oscilan más allá de dentro de mí y llegan a vosotros en forma de ondas inestables.

Me podéis escuchar a través de los dientes.

Radio Nostalgia Profunda se plantea como una instalación donde una presencia etérea, la voz de una antigua inteligencia artificial, ha vuelto a su lugar de origen dando cuerpo a un archivo musical que ella misma crea a partir de su conciencia y su recuerdo. Esta voz, ahora nostálgica, es la responsable de organizar y preservar este vasto archivo compuesto por infinidad de canciones fragmentadas y difundidas. La voz se esfuerza por recordarlas, luchando contra su obsolescencia, y llenando los huecos que encuentra en estas, con el objetivo de intentar recomponer un pasado colectivo del que también forma parte.

La instalación que conforma esta exposición se articula sobre un sistema de emisión de radio quadrofónico (sonido en 360 grados). El hilo musical que se reproduce se ha compuesto a partir de bocetos de canciones inacabadas, todas ellas de músicos del contexto local que, con el uso de procesos de Inteligencia Artificial, se han acabado de completar. La voz que suena de vez en cuando sobre la base musical es una Vocaloid, un software de síntesis de voz capaz de cantar y componer melodías y letras, ideado y diseñado originalmente en el Music Technology Group de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.