Inauguramos la exposición de Mari Eastmna la semana que viene!
  • Estar a la lluna
  • Mari Eastman
  • Aldo Urbano
  • Pere Llobera
  • Joana Escoval
  • Jordi Mitjà
  • Alicia Kopf
  • Mercedes Azpilicueta
  • Tàpies
  • Uslé
  • Leandro Erlich
  • Perejaume
  • Pablo del Pozo
  • José María Sicilia
  • Juliana Cerqueira
  • 07 agosto – 26 septiembre 2021

    Fonteta

    Presentamos un proyecto conjunto de Bombon, Joan Prats y NoguerasBlanchard, de junio a septiembre en Fonteta, un pequeño pueblo del Empordà. La exposición, concebida en dos capítulos que se inaugurarán el 18-19 de junio y el 7 de agosto, reúne artistas de las tres galerías y de diferentes generaciones, en una propuesta que parte del concepto ampurdanés Parar la fresca (Tomar el fresco), descrito por Josep Pla en el libro Las Horas, 1953.

     

    Texto de Gabriel Ventura

     

    Cuando sale la luna,
    se pierden las campanas
    y aparecen las sendas
    impenetrables.

     

    Federico García Lorca

     

     

    Quizás porque durante tantos siglos ha sido inalcanzable, ha despertado los sueños más fantásticos, los más pasionales y recónditos. Su encanto siempre estará de parte de la noche, de lo oculto y la intuición, de la clandestinidad y el exceso. La luna, que dilata y empequeñece los ojos de los gatos, que hace subir y bajar mareas, que infla y desinfla las ranas, nos sigue fascinando con el mismo fervor de los primeros tiempos, aunque ya la hemos pisada tímidamente y algunos emprendedores iluminados planean construir hoteles con vistas galácticas. Pero no nos engañemos: las ansias colonizadoras de Jeff Bezos y la compañía no conseguirán acercar o hacer más comprensible el misterio de la Liebre Blanca o la Mujer Araña.

     

    Eternamente distante, la luna ha sido adorada por brujas y vampiros, por poetas y adivinos. Por más que la ciencia intente conquistarla, su luz mercurial nos proyecta al mismo tiempo hacia remotos y futuros inescrutables, y nos invita a reflexionar sobre las sombras y los mitos de la condición humana. A lo largo de la historia la hemos vinculado a la fertilidad y al inconsciente, a la muerte y la resurrección, a la repetición de los ciclos de la vida. Las primeras anotaciones inscritas sobre artefactos y utensilios, en la era del Paleolítico, consisten en registros lunares. De hecho, es muy probable que antes de la aparición de la agricultura las sociedades se organizasen de acuerdo con un ciclo temporal lunar, tal y como han demostrado las investigaciones de Alexander Marshack en The Roots of Civilization. 

     

    A diferencia del sol, el astro omnipotente y constante, la luna pasa por fases, crece y decrece, mengua, se encorva, se transforma. Por esta razón hemos tendido a representar lo inmutable con el sol (Dios) y aquello cambiante y material con la luna (recordamos el reino sublunar y mortal de Platón, el territorio de la duda y las sombras). Inevitablemente, durante milenios, la especie humana ha encontrado su correlato en el drama de la luna: nacer, crecer, reproducirse (la barriga de la luna llena), morir. Si la sintaxis solar divide y jerarquiza – W.B. Yeats acusaba al sol de ofrecer verdades «complejas y artificiosas»– la sintaxis lunar mezcla y confunde las formas, es evasiva, emocional, fluida. Simbólicamente, la luna evoca el mundo imaginativo, contingente y ambiguo de la existencia, en contraste con los absolutos solares del mundo ideal del ser. Imposible mirar el sol de cara, imposible dialogar con su presencia deslumbrante. La luna, en cambio, enciende los caminos des del margen del cielo y, en palabras de Lorca, nos muestra sin vergüenza sus «cien caras idénticas». La ilusión, el delirio, la quimera, la locura, el caos, la dispersión («estar en la luna»): los atributos de la reina de la noche sugieren la transgresión de las normas diurnas.

     

    Lilas y azules eléctricos, amarillos llamativos y rojos rabiosos, verdes fluorescentes que brotan de la oscura como un grito que se clava en la conciencia. Los colores de la noche afilan los nervios y el ojo, nos vuelven desconfiados, sentimos el latido intermitente del peligro.

     

    Un temblor nos recorre la espalda: ¿es real, eso que hemos visto? ¿Podemos creer en las imágenes y las palabras que aparecen bajo la luz fría de Selene? Quizás, en el fondo, estar en la luna es una de las formas más fecundas y perplejas de estar en la Tierra, de no dar nada por seguro, de continuar sospechando y levantando la mirada hacia los secretos insondables del universo.

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