10 febrero – 10 abril 2017
Barcelona
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Las naturas vivas de Maruja Mallo, perfectas geometrías feministas. Los Jardines de Rubén Darío, de Santiago Rusiñol o de Gerard Serra, los paisajes de Joaquim Mir, los ramos de flores de la poco refinada Eliza Dolittle o los de la Senyora Dalloway, que clamaba que de las flores, ya se encargaba ella!
Las flores que duran un año, y las invasoras, discretas, avanzando hacia una conquista exitosa. O las carnívoras, brillantes y suculentas convertidas en símbolo de vicio y de pecado, del erotismo y oscuridad de la ciudad, de las flores del mal.
Las flores artificiales de los egipcios, las de plástico de los bazares chinos que reposan en jarrones desteñidas por el paso del tiempo. Las pintadas al oleo de Brueghel o Van Gogh, las de Georgia O’Keffe o las arquitectónicas de Blossfeldt.
Las de los Jardines de Babilonia, perfecta construcción de un rey enamorado de su reina. Las flores de los artistas que aun las piensan, románticos enloquecidos enamorados de las delicadas formas, antiguamente relegados a el ultimo escalón de la jerarquía de los pintores. Mondrian pintaba flores y se ganaba la vida.
Flores por todas partes, composiciones de flores dentro de un jardín. Composiciones de flores dentro de una pintura barroca, menospreciada, mal cuidada, agrietada por el paso del tiempo, llena de polvo. Flores exóticas i psicodélicas. Flores congeladas en el borde del camino, resistiendo a el invierno en medio de la niebla. Las que llenan las cuentas de instagram y las que cazan los cazadores de flores, coleccionistas creadores de Florilegios.
La flor; que desprende un intenso olor, que embriaga, que emborracha, que entra dentro y te impregna la ropa, los cabellos, los pelos de la nariz, que te persigue para que no la olvides y te hace sentir culpable por desearla.