11 abril – 01 junio 2019
Barcelona
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Nuestra relación con los objetos y el valor simbólico que les damos es un tema común en toda la producción artística contemporánea, que a su vez es un reflejo de los tiempos preindustriales, antes de la producción en masa de objetos. Durante el siglo XX, la obra de arte, una expresión que normalmente utilizamos para definir un objeto con valor artístico – un objeto hecho, un documento o una acción – se vio como un intento de objetivar y materializar las formas que nos vienen a la mente, que sabemos que es imposible traducir en un objeto. Aun y así, los objetos son lo mas próximo que hay a nuestro deseo de entender y transformar el mundo. Nuestra mirada a la naturaleza, reflejada en las diferentes formas en que la representamos, es la primera de las formas que tenemos de objetivar el mundo. La apropiación de todos los recursos de la naturaleza y su posterior manipulación y transformación son aun mas visibles en el campo de la ciencia y de los avances científicos.
Lo que pasa en un laboratorio donde estudiamos un objeto determinado en un entorno controlado y aislado tiene consecuencias directas en todas las otras áreas. Mientras manipulamos las cosas, nos convertimos en objetos nosotros mismos. Hoy todos somos tratados como mercancía, alterados por las reglas del mercado neoliberal, somos puntos de energía, receptáculos y canales por los cuales se manifiestan y materializan objetos, imágenes, textos y información. En este proceso de mecanización, nos hemos objetivado, haciéndonos así, obsoletos. Tal vez por eso, las obras de arte – en su contra-función esencial, su aparente falta de sentido – son los objetos que mas necesitamos. Son el defecto del sistema, lo que no tienen otra función que la de recordarnos que el mundo es más que un razonamiento científico, que también es un pensamiento empírico. Que el mundo es mas que hechos, que incluya la experiencia sensorial, sin forma e inusual – un sitio donde necesitamos crear una nueva función, un nuevo lenguaje para los objetos que no podemos clasificar.
La precisión de cada una de las esculturas creadas por Joana Escoval las convierte en objetos que son a la vez forma y acción, material e inmaterial. Es como si cada una de las piezas estuviese pasando por una lucha interna a la cual no tenemos acceso.
La forma y la acción que ejerce la materia aparecen juntas, sin jerarquía. Las piezas han de tener una forma final, hace falta presentarlas como acabadas, pero siguen cambiando. Y esta forma que toman las piezas en ultima instancia corresponde a las características no formales que las preceden. Puede parecer confuso, pero no lo es.
El uso de ciertos metales como el oro, la plata o el cobre o una nueva alianza en donde podemos encontrar estos elementos, es esencial para entender su trabajo, ya que estos metales tienen componentes químicos que se combinan con nosotros mismos sin que lo notemos. Los datos científicos e históricos nos ayudan a entender el desarrollo de las moléculas, los átomos que conforman todos los cuerpos y objetos, toda la materia. Igual que con los otros cuerpos, el metal esta en constante mutación y comunicación. Los procesos químicos y alquímicos sometidos a estas esculturas forman parte de su proceso de creación. Cuando la artista decide fundir un determinado metal, transforma la materia y mientras pasa por los diferentes estados, permite que absorba y se consolide en el medio que lo envuelve.
Sabemos que, en su forma final, los objetos metálicos sobrepasan muchos otros objetos. Tal vez algunas de las propiedades del oro que utilizaron los romanos, que se muestran en tantos museos del mundo, pero también otros objetos metálicos de diferentes culturas, siguen esparciendo sus propiedades, no solo en su apariencia formal sino también a través de sus propiedades químicas. Tal vez los metales tienen propiedades físicas que les permite absorber parte de las personas que los posee, o de las personas con las cuales comparten la vida – una cosa que se manifiesta no solo por su presencia visual, sino también por sus propiedades alquímicas, invisibles hasta debajo de un microscopio. En su libro, Vibrant matter, en un capitulo titulado Una vida de metal, la teórica y política Jane Benett, conocida por sus investigaciones sobre la naturaleza, la ética y el afecto, nos dice que, en los metales, el espacio entre cada átomo, el vacío entre ellos, es tan importante como los propios átomos. Bennett cita a Manuel de Landa y a su idea de “compleja dinámica de propagación de grietas”. Bennett también se refiere a los comentarios en espiral que existen entre los movimientos idiosincráticos de sus vecinos y después la respuesta de sus vecinos a su respuesta” (…) “ la dinámica de difusión de fisuras puede ser un ejemplo del que Deleuze y Guattari llaman el ‘nomadismo de la materia’. En las primeras páginas de su libro, Bennett escribe sobre las diferencias entre objetos y cosas. Los objetos son como se presenta a un tema, es decir, con un nombre, una identidad, una forma (Gestalt); las cosas, en cambio, señalan el momento en que los objetos se convierten en el Otro, cuando los objetos responden.
La obra de Joana Escoval escapa de las categorizaciones que tantas veces intentamos encontrar, o hasta falsear, mientras intentamos comunicar y entender el trabajo de un artista. Debemos estos procesos de categorización a la ciencia, o a una idea de razonamiento heredada de la ilustración que des de entonces ha dado forma al pensamiento occidental, que prefiero no sacar aquí a propósito. No se trata solo de intentar encontrar una perspectiva historicista de su obra, sino que, como ya he dicho, es importante mirar la materia y las propiedades químicas de las piezas, porque es una forma de acceder a la obra que, aun que sea bastante concreta y especifica – materialista, si queremos – nos hace imposible olvidar que esta materialidad incluye una noción de tiempo indispensable para incluir en nuestro análisis. Las nociones de tempo y escala – y no me refiero a la medida de las piezas sino a su escala temporal – convierten las esculturas de Joana Escoval en herramientas para medir el tiempo. Mientras se escapa de estas excesivas categorizaciones, su trabajo se puede entender debajo del concepto de inmanencia, una suspensión del tiempo, que es contraria a la producción contemporánea y a la obsesión por la historia y la forma de capitalizar las obras de arte. Algunas de las piezas creadas por Joana parecen estar hechas hace dos siglos, o objetos que provienen del futuro. A causa de los materiales que utiliza y de las formas que produce, sus esculturas suelen ser lugares de paso o referencias a un objeto utilizado en un ritual, vestigios de un suceso, de alguna cosa que esta justo delante nuestro pero que solo podemos ver parcialmente, a causa de una diferencia de tiempo entre nosotros y el objeto. No obstante eso, su trabajo trata del presente y de las formas en que este se propaga y existe a través de nosotros.
Pedro Barateiro
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