26 junio – 27 julio 2024
Barcelona
En el marco de ART NOU presentamos un proyecto de Natalia Suárez comisariado por Margot Cuevas. Para esta exposición Suárez reúne una serie de pinturas y dibujos que abarcan diferentes formatos y soportes realizados en los últimos años. En la instalación hay una exploración profunda de la adaptabilidad del lenguaje pictórico, donde la versatilidad y mayor exigencia de la pintura al óleo contrasta y convive con la sencillez y precisión del dibujo, ya sea a lápiz o a tinta.
A veces empieza en oscuro y sobre oscuro pinta claro, y luego al revés; eso no satisface. Las capas llegan a un punto final de acumulación que se convierte en base muy germinal, y ahí empieza esa otra parte del proceso que consiste en hacer ver lo que hay ahí, organizarlo o elegir lo importante, mediante la acumulación de más capas. Más capas y más sombras. Pero estas actúan diferente.
Se nos devuelve una mirada que se ha vuelto hacia dentro y abre paso a una extraña idea de acción desinteresada, pero que sostiene una violencia latente, a punto de estallar; un doble en la sombra. Natalia Suárez toma imágenes dormidas, no sabemos bien de donde, para nombrar y dirigir estas sombras inflamadas que aparecen a lo largo de los lienzos. En cierto momento, dibujar figuras humanas ha sido una manera eficaz de intuir hacia dónde tiene que ir el pincel. A eso se le añade que pintar cuerpos hace pensar en el propio cuerpo, también en otros cuerpos. Implica una revisión constante de la imagen que tenemos de la figura humana, y de ese análisis poder traducirla a estas líneas, manchas y gestos. Eso supone prestar una nueva atención a algo que siempre está ahí. Podríamos decir que a través de la pintura y su observación dentro del proceso afina la percepción. Es una manera de profundizar y descubrir ese fuera de campo que Natalia busca hasta agotarse: entre lo que es y lo que se imagina, y lo que acaba saliendo.
La percepción es un proceso relativamente parcial, porque el observador no percibe las cosas en su totalidad, dado que las situaciones y perspectivas en las que se tienen las sensaciones son variables y lo que se obtiene es solo un aspecto de los objetos en un momento determinado. Como un proceso cambiante, la percepción posibilita la reformulación de las experiencias. Esta sala es un desfiladero. La percepción no es un añadido de eventos a experiencias pasadas, sino una constante construcción de significados en el espacio y en el tiempo. Percibir no es experimentar una multitud de impresiones que conllevarían unos recuerdos capaces de complementarlas; es ver cómo surge, de la constelación de datos, un sentido inmanente sin el cual no es posible hacer invocación alguna de los recuerdos. Recordar no es poner de nuevo bajo la mirada de la conciencia un cuadro del pasado subsistente en sí, es penetrar el horizonte del pasado y desarrollar progresivamente sus perspectivas encapsuladas hasta que las experiencias que aquel resume sean vividas nuevamente en su situación temporal. Percibir no es recordar.
En esta transferencia entre la percepción y la figura humana, ocurren varios desfases que hacen aparecer otra cosa, con suerte, algo inesperado. Intentar nombrar y dirigir estas sombras es inflamatorio y desordenado. Son un cúmulo de imágenes ardientes que invaden el espacio bruscamente despiertas. Un estremecimiento muy físico que permanece insatisfecho.
Aquí el lenguaje nace directamente de la escena, en tanto que deriva de la eficacia de la creación espontánea directamente sin pasar por la palabra. Como una danza, es una puesta en escena. Es una perspectiva resbaladiza en la que se propone redescubrir la noción de las figuras y los gestos. Un lenguaje extraño capaz de comunicar una abrumadora experiencia escénica que contiene densidad en el espacio a través de vibraciones, actitudes y gritos. Demonios malogrados y bellísimos, sin embargo. Entiendo el trabajo de Natalia como Artaud describe al teatro balinés: un hervor caótico, pleno de señales y por momentos extrañamente ordenados, crepita en esta efervescencia de ritmos y donde interviene un bien calculado silencio. Esa perspectiva resbaladiza donde toda verdad se pierde. Podría ser exactamente así.
– “Como el actor que no repite dos veces el mismo gesto, pero que gesticula, se mueve, y por cierto maltrata las formas, detrás de esas formas y por su destrucción recobra aquello que sobrevive a las formas y las continúa. (…)El problema, tanto para el teatro como para la cultura, sigue siendo el de nombrar y dirigir las sombras”.
El gesto, tanto en las pinturas como en los dibujos, aparece en el espejismo de los espejismos, de manera fragmentaria y lateral, indisociablemente visible y opaco, como el cuerpo de un bailarín: un gesto dilatado a través de un espacio que le es interior y exterior a la vez. Una zona donde se desarrollan cadenas significantes e intercambios oníricos. Las pinturas de Natalia hacen referencia a todo lo que está destinado a permanecer en secreto, en lo sombrío, pero que sale a la luz desde una intimidad familiar. Aquello que es extrañamente inquietante es lo que ha sido familiar e íntimo y que en ciertas condiciones se manifiesta con una extrañeza familiar. El cuerpo de los deseos es una imagen. Lo inconfesable del deseo es la imagen que nos hemos hecho de él. Hay algo de inconsistencia en el propio lenguaje en tanto que barrera simbólica. El color blanco suele llegar al final.
Natalia Suárez Ortiz de Zárate (Vitoria-Gasteiz, 1994) vive en Bilbao. Se dedica a la pintura y explora las artes escénicas como integrante de la compañía Tripak. Desde 2022 también gestiona el espacio KAMPAI en el barrio de Rekalde en Bilbao. Entre sus exposiciones individuales destacan Aterrizo, anochece, en ANTI Liburudenda (Bilbao, 2024); Jade, en la Fundación BilbaoArte (Bilbao, 2022); DIENTE DE LECHE, Centro Cultural Montehermoso (Vitoria-Gasteiz, 2022) y AI, PUNA, en Sala Rekalde (Bilbao, 2020).
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