16 noviembre – 13 enero 2024
Barcelona
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Texto de Anna Dot
Cuando me acerco de día, veo su cuerpo, extremadamente diferente al mío. Le envidio. Se abraza a la tierra de una forma que a mí me resulta imposible. Todo su peso cae encima a la vez que se desplaza, esboza y se lleva a su paso, delicadamente, con constancia y sin prisa, lo que queda por debajo de él. Y todo esto lo veo desde fuera, desde sus bordes inquietos. Mis límites están definidos. Mi piel me separa claramente de lo que está fuera de mí, o eso es lo que me dicen los ojos. Me miro las manos y puedo ver dónde terminan mis dedos. En cambio, miro su cuerpo, busco la línea que le define y no la encuentro. No tiene. No es que su piel sea borrosa, pero se mueve tan rápido, e impregna tanto todo lo que toca, que resulta imposible delimitarla, como lo es también, de indefinible, su vida. No sabemos exactamente cuándo nació. De hecho, por su naturaleza, parece que nunca haya parado de nacer. Como con una película, un libro, una palabra, una canción, o como con la vida misma de cualquier ser vivo, no podemos ver su principio, su vida y su fin de forma simultánea.
Hay quien dice que es una persona (1) y hay quien dice que es un ancestro (2). En algunos pueblos le consideran un dios o espíritu (3). También hay quien discrepa de esto y opina que es un recurso o elemento de la Naturaleza. Me acerco de día y claramente le veo vivo. Si es una persona, diría que es mayor, vital y ruidosa. Si es un ancestro, diría que es de los más antiguos y sabios. Si es un recurso, diría que es fundamental para los de mi especie y para todas las demás. Si es un elemento, diría que debe ser uno complejo, hecho de los más primordiales. Miro su cuerpo y veo el cielo, el Sol que se pone, los cantos rodados, los cangrejos de río, las carpas, las algas. Veo zapateros, patinando encima, y sauces mojando las hojas de la punta de sus ramas.
Puedo ponerme dentro y entonces soy parte de ella, de esta persona. Ella puede, también, entrar en mí y, al mismo tiempo, seguir estando en muchos otros lugares. Puede estar dentro de mí y dentro de ti y, al mismo tiempo, fuera de ambos y dentro de todos los demás. Si me acerco de día y le miro fijamente, buscándole los ojos, ella me devuelve el reflejo de los míos, de los tuyos –si estás a mi lado-, y me devuelve, también, el reflejo del mundo donde nos encontramos.
Por eso, un día me quedé a su lado hasta que oscureció. Así, como mis ojos ya no veían nada, podía mirarle de otras formas. Las estrellas, pequeños agujeros hacia el Más Allá (4), también parecían intentarlo. Su cuerpo inalcanzable era ahora, como el mío, una mancha negra. No sé si por el cansancio, por la oscuridad, o porque caí en un profundo sueño, de repente me pareció que su voz eran muchas. Una de ellas me explicó que, además de barbos, ranas, tritones y truchas, también viven unos seres invisibles: los demons, capaces de ir entre nuestro mundo y el de los inmortales –algunos de estos últimos, no son mortales porque ya han muerto. No sé cómo lo hacen, pero comunican un borde y otro. Son los mensajeros entre el aquí y el Más Allá y les gusta, sobre todo, habitar los manantiales. Es allí donde los humanos antiguos habían ido a lanzar hechizos escritos sobre placas de plomo para que estos seres intermediarios llevaran a los dioses sus mensajes. Estos objetos se llaman defixio y el autor o autora del hechizo solía leerlo en voz alta (5).
Ante esta noticia, hice mi propio hechizo; uno que me permitiera entender, comprender, reconocer y aceptar realmente este cuerpo aparentemente eterno como una persona, muy diferente, pero en el fondo, igual a mí. La noche del 1 de noviembre, momento en el que se dice que se abre el velo que separa el mundo de los mortales y el de los inmortales, el hechizo se recitó al borde de un manantial, bajo un grupo de estrellas expectantes que hacen que todavía resuene Universo allá. Y atrapadas en la noche, o quizás, simplemente, encantadas por las palabras mágicas, todas las cosas y seres visibles, invisibles, ruidosos y misteriosos con los que me encontraba, y también yo misma, intentamos iniciar una conversación con ella. Tratamos de hacerle preguntas, como si pudiera respondernos, porque en la magia del hechizo, o en la de la verdad sin prejuicios de la oscuridad, nos permitíamos aceptar esa posibilidad. Y jugamos a hacernos amigas, de aquellas más íntimas, de las que se cuentan vida y milagros, amores y miedos, de aquellas que nos acompañan incondicionalmente, como ella hace tiempo que hace con nosotros.
«Nocturno del agua» es ese paseo o esa noche. Ese sueño o un hechizo. Una historia fantástica como cualquier otra o un rato jugando a intentar encontrar algo que quizás olvidamos.
Notas:
- En el «Animist Manifesto» (2013), el profesor en estudios religiosos Graham Harvey defiende que todo lo que existe está vivo, y todo lo que está vivo es una persona.
- Hay comunidades indígenas de distintos países del mundo para las cuales lagos, montañas, ríos, viento… son ancestros. Por ejemplo, para el pueblo de los Uros, del lago Titicaca, en el Perú, el lago es una madre y el viento es un padre. Para los maoris de Nueva Zelanda, el río Whanganui es una madre ancestral.
- Algunas deidades conocidas son Sequana, de las tribus galas de Francia; los Oceánidas, de la mitología griega; o Sobek, del Antiguo Egipto.
- Alícia Casadesús me explicó que, en algún lugar que no recuerda, había leído que “las estrellas son agujeros al Más Allá”.
- Un ejemplo es la defixio encontrada a Ullastret, en el yacimiento de Puig de Sant Andreu, del siglo III a.C. y parte de la colección del Museo Arqueológico de Ullastret.