Eva Fàbregas, Rosa Tharrats y Agnes Essonti participan en MANIFESTA 15 en Barcelona
  • Parar la fresca
  • Josep Maynou
  • Enric Farrés Duran
  • Jordi Mitjà
  • Rosa Tharrats
  • Bernat Daviu
  • Joan Brossa
  • Hannah Collins
  • Anne-Lise Coste
  • Hernandez Pijuan
  • Marine Hugonnier
  • Chema Madoz
  • Ana Mendieta
  • Perejaume
  • Wilfredo Prieto
  • Luna Paiva
  • Teresa Solar
  • Antoni Tàpies
  • 18 junio – 03 agosto 2021

    Barcelona

    Presentamos un proyecto conjunto de Bombon, Joan Prats y NoguerasBlanchard, de junio a septiembre en Fonteta, un pequeño pueblo del Empordà. La exposición, concebida en dos capítulos que se inaugurarán el 18-19 de junio y el 7 de agosto, reúne artistas de las tres galerías y de diferentes generaciones, en una propuesta que parte del concepto ampurdanés Parar la fresca (Tomar el fresco), descrito por Josep Pla en el libro Las Horas, 1953.

     

     

    ¡Distraídos del mundo, uníos!

    Texto de Gabriel Ventura

     

     

    El artista es un animal que se distrae. 

    –  Aristóteles

     

    Parar la fresca*, sentarse en la silla —o en la mecedora— y embelesarse. De pronto, sentimos el canto de los pájaros (sedoso, eufónico, oscilante), vemos el trajín lento y holgazán de las nubes, nos fijamos en la farola de la esquina, que hasta hoy nunca nos había interesado. Se abre un nuevo mundo de matices en el mundo de cada día, las caras y las cosas se trastocan, notamos como las alpargatas —o las chanclas— empiezan a pesar y nos clavan en nuestra calle de siempre, diferente pero idéntica a sí misma. Este peso en las piernas y en el espíritu nos obliga a observar con más atención nuestro entorno, a hacer volar la imaginación sin levantar los pies del suelo. Cuando paramos a la fresca, cuando nos sentamos y callamos —o hablamos por los codos— y no hacemos nada, pasan cosas maravillosas. De golpe todo es susceptible de convertirse en obra de arte: las noticias del periódico, la espalda del vecino, un cactus o una rama de hinojo. Las piedras levitan y el mar se vuelve un desierto de arena azul. Los pensamientos, blandos y maleables, se infiltran por todas partes, se confunden con los árboles, con las fachadas y los tejados, con el calor y las moscas, nos toman el pelo y nos contradicen. Badar significa exactamente esto: abrirse, brotar como una flor, y abstraerse, encantarse mirando el mundo.

     

    “No badis!”, nos suelen decir cuando somos pequeños. Las prohibiciones de la infancia explican muy bien nuestras manías culturales. Badar (mirar las musarañas) nos despista de lo realmente importante: el trabajo.

     

    Cuando estamos distraídos no somos productivos (o lo somos de una forma demasiado errática y descontrolada). Incluso la lengua parece darnos la razón. Fijémonos, por ejemplo, en la palabra badadura, que significa rendija, corte. Badar es una forma de agujerear el tiempo convencional, de agrietarlo y abrirlo hacia nuevas posibilidades. De hecho, sin ir más lejos, el verbo badar todavía tiene una tercera acepción: hendir. Horadar la realidad, atisbar la diferencia en la repetición.

     

    Badar y parar la fresca son dos operaciones hermanas que implican, al mismo tiempo, una concentración y una desconcentración. Esta, diría, es la faceta más revolucionaria del badar, la más kafkiana y la más difícil de contar. Cuando miras las musarañas estás y no estás, observas una cosa pero piensas otra, profundizas tanto en la materia que, por decirlo de alguna manera, la materia desaparece, se vuelve abstracta, una entidad completamente nueva. El badoc se encuentra en un punto intermedio entre la materia y el espíritu, entre la tierra y el cosmos, en el último peldaño de la metafísica. Su visión de la realidad es tan plana y carente de expectativa que fondo y forma se convierten en una y la misma cosa.

     

    El badoc emplaza su escalera celestial en el suelo, y, a pie de calle, sin moverse de la silla, viaja y se deja poseer por el universo.

     

     

    *Costumbre estival de sacar la silla a la calle o a la azotea cuando el sol empieza a caer y, así, pasar el rato.

     

     

    Gabriel Ventura (1988) es un escritor reversible que es pasea con la misma naturalidad por el arte, el cine y la literatura. En vidas anteriores fue vecino de Serge Daney, asistente de dirección de Maya Deren y heterónimo de Fernando Pessoa. La poesía lo lleva a dar clases, a trabajar con artistas y cineastas, con librerías, galerías y museos, a investigar, traducir y actuar.

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