20 marzo – 04 mayo 2024
Barcelona
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Texto de la exposición de Sofia Lemos
El micelio es polifonía en forma corporal.
La tierra está llena de refugiados, humanos y no, sin refugio.
Los hongos existen imperceptiblemente en casi todos los lugares de la Tierra.
Más allá de los entornos terrestres, desde los fondos marinos hasta los desiertos abrasados por el sol, y dentro del cuerpo humano, los hongos son venerados como guías a las profundidades de la mente inconsciente y como guardianes silenciosos de nuevos conceptos de cognición que son tan profundos como desconcertantes. Pensemos en la inteligencia del moho del limo, cuyas formas cambiantes atraviesan laberintos espaciales con una destreza que desafía las nociones convencionales de razonamiento. Imaginemos la aparición de las algas hace unos 600 millones de años. Fue la relación simbiótica con los hongos, conocida como micorriza, la que allanó el camino para la aparición de las semillas y las plantas.
Los hongos micorrícicos desempeñan un papel fundamental en los ecosistemas, ya que casi el 90% de todas las plantas dependen de ellos para su sustento. Su intrincado micelio, que constituye una parte sustancial de la masa del suelo, actúa como anclaje y refugio vital, evitando la erosión del suelo y aumentando su capacidad de retención de humedad. Al igual que la red comunitaria que forma la llamada «wood wide web[SL1] «, los hongos micorrícicos facilitan el intercambio de recursos entre las plantas, asegurando su vitalidad y resistencia ecológica. Esta ubicuidad subraya su papel indispensable en la configuración de la dinámica ecológica y el apoyo a la biodiversidad. Sin embargo, en la vasta extensión del mundo, estas redes de micorrizas permanecen ocultas a la vista, y sus silenciosas contribuciones conforman el tejido mismo de nuestra existencia. Para muchos, es en estos reinos invisibles donde se puede encontrar alegría y regeneración en la crisis medioambiental.
Inspirándose en la interconexión de estas redes planetarias, Rosa Tharrats ha creado una nueva serie de esculturas móviles, cambiantes y sensibles a los sutiles ritmos de su entorno. Fueron concebidas como refugios y, a la vez, senderos intencionados hacia la conexión. Para Donna Haraway, un refugio es un lugar de regeneración para las especies humanas y no humanas amenazadas por políticas globales reduccionistas, racionalistas y extractivas. En inglés, un refugio puede describirse como haven, shelter, sanctuary (refugio, albergue, santuario). Cada una de estas palabras apunta hacia una faceta del término. Para Haraway, un refugio ya no puede concebirse únicamente desde el punto de vista de la hospitalidad, sino como un espacio-tiempo que alberga las semillas de la resiliencia y la transformación.
En el abrazo del refugio, los ecosistemas encuentran el espacio para sanar.
Tiras de rayón sedoso, algodón y lino cuelgan de anclajes de cobre colocados individualmente en el techo, evocando formas orgánicas. Exploran los conceptos de movimiento, equilibrio y la relación con el espacio que han cautivado durante tanto tiempo a artistas e historiadoras del arte. Desde las esculturas textiles colgantes drapeadas, cosidas y atadas de Rosemary Mayer, pasando por las instalaciones lineales cinéticas y tejidas a mano de Gego, hasta las esculturas abstractas de alambre metálico de Ruth Asawa, estas esculturas móviles anclan los intereses, aparentemente irresolutos, de Tharrats por la espiritualidad y la moda, así como por la materialidad y el movimiento, preocupaciones que se solapan en su práctica.
La integración de la meditación y el ritual es fundamental en la práctica de Tharrats, lo que confiere a sus obras una cualidad performativa y trascendental. Estas cabañas móviles también sirven de base para la práctica del Samādhi, que significa «recoger» o «reunir» en pali, y se considera generalmente un estado de conciencia meditativa. En distintas tradiciones religiosas indias, el cultivo del samādhi a través de diversos métodos de meditación es esencial para alcanzar la liberación espiritual. En el budismo, se relaciona con otro término saraṇa, que se traduce como «refugiarse» en la impermanencia fundamental de todos los fenómenos y en la comunidad espiritual que está en el camino de la transformación. En estas esculturas, la percepción de Tharrats de la interconexión entre la práctica interior y la creación de comunidad habla abiertamente del espacio-tiempo al que se refiere Haraway, donde la conexión se hace visible y la transformación posible.
Esto se pone de manifiesto en el enfoque interdisciplinar de Tharrats, que explora el potencial de los materiales tanto a nivel físico cómo sutil, tendiendo un puente entre los ámbitos de la moda y las artes visuales. Tomemos, por ejemplo, el cobre, el algodón y otras fibras orgánicas que forman la columna vertebral de esta nueva serie escultórica. Elaboradas a partir de capas de tela tejida e impresa, y a veces con elementos como piedras y esponjas, cada escultura está meticulosamente cosida y fusionada. Consideremos el papel de la planta de algodón en este empeño, su crecimiento apoyado por las redes de micorrizas, sus fibras finalmente cosechadas y transformadas en tejido. Estas telas incorporan bioplásticos caseros y SCOBY -un cultivo simbiótico de bacterias y levaduras utilizado en la producción de la bebida ampliamente beneficiosa Kombucha- que Tharrats produce para destacar el potencial de estos materiales a la hora de abordar los retos medioambientales más acuciantes de nuestro planeta.
Las fibras artificiales, como la viscosa y el acetato, proceden de su extenso archivo de tejidos reciclados, en un esfuerzo por promover la sostenibilidad y fomentar prácticas éticas en la industria. Por último, el cobre que mantiene estos tejidos en su lugar, con su alta conductividad eléctrica, también tiene un significado más profundo, ya que sirve de conducto para la intuición. En la medicina tradicional india, se dice que el cobre amplifica nuestra conexión con el mundo natural, enraizando la energía inquieta en la aceptación de uno mismo y aumentando la vitalidad necesaria para pasar a la acción.
Como parte del programa público de REFUGIA, que tendrá lugar determinados fines de semana durante toda la exposición, Tharrats invita al público a activar las esculturas mediante la respiración, la risa y el canto colectivo. Un ritual performativo activará AVOC IVIDRAM (2024), una prenda a gran escala que viste la fachada de la galería inspirada en las pinturas budistas tibetanas sobre apliques de algodón y seda, Thangka que suelen representar una deidad, una escena o un mandala. Tradicionalmente conservadas sin marco y enrolladas cuando no están expuestas, las Thangkas se montan sobre un soporte textil a modo de pergamino. En la galería, las telas teñidas de espirulina -un alga verde azulada considerada una de las formas de vida más antiguas de la Tierra- están sujetas por delicados tubos de cobre y no remiten a una deidad, sino a la creencia de la artista en la divinidad inherente del mar y del bosque. El proceso de cuidado y despliegue colectivo de este pergamino refleja la exploración de Tharrats de la interconexión y la experiencia compartida.
Ya sea buscando y seleccionando estos materiales o invitándonos a interactuar con ellos, Tharrats nos invita a reconsiderar nuestra relación con el mundo que nos rodea, a reconocer el valor inherente de cada elemento como recordatorio constante del flujo continuo inherente a los ciclos de la vida. En sus esculturas, no sólo experimentamos la interacción sensorial y espiritual entre materiales y formas, sino también el pulso de la vida, que invita a prosperar y florecer, como las redes micorrícicas aparentemente invisibles que sostienen la vida bajo el suelo.
*Agradecimientos a Carolina Herrera por colaborar con los tejidos de esta exposición
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