10 octubre – 06 diciembre 2019
Barcelona
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Como más usamos las cosas, más nos parecemos a ellas. La máquina es humana, compuesta igual de tornillos que de cálculos, de motor que de ingeniería. Hacemos tecnología a nuestra semejanza y la pensamos como parte de nosotros: ya nos sustituye, ya somos uno. El coche tuneado no se parece al propietario, el propietario se parece al coche. Pensamos la tecnología que hacemos y luego la tecnología nos hace pensar como ella. Pensamos el tiempo en forma de rueda, en forma de coche o de avión. Emblema de la velocidad desfasada, el coche es la máquina que nos liga aún al suelo, que nos hace notar los baches del terreno y ver el paisaje cambiante por la ventana. Es el inicio del tiempo acelerado, pero es aún una casa móvil [1] a escala 1:1, una burbuja doméstica que se desplaza por el espacio. Al contrario que la aeronave, que homogeneiza al hacer todo pequeño a lo lejos, que despega y aterriza en lugares que ni siquiera lo son, sin que haya pasado nada entremedio, el automóvil tiene raíces. En tiempos incorpóreos, nos liga a la edad de la cadena de montaje, nos liga al taller y nos liga al párking. Es la máquina por excelencia, hay que engrasar sus partes y ensuciarse las manos si hace falta cambiar una pieza en su misterioso interior. En el mito de las máquinas vivientes los coches son los primeros en levantarse ante sus dueños, convertidos en robots bastos y gruñones.
En el teatro antiguo, el término Deus ex Machina nace para describir el dispositivo usado para traer a los actores que representan a los Dioses a escena, creando la ilusión del vuelo o de la aparición. Luego se usa para describir una estrategia, también un dispositivo, pero ahora narrativo, que introduce un cambio tan inesperado en la trama de la obra que resulta inverosímil [2]. Dispositivos, aparatos, herramientas, mecanismos, son tan inertes como vivos: sociales, históricos, políticos, las pequeñas y grandes máquinas se componen de órganos y de sistemas de inteligencia organizada. El teatro trabaja sobre la premisa del ilusionismo, creando una zona de espacio y tiempo autónoma donde las cosas aparecen para la audiencia sin estar realmente allí.
En los límites del escenario ocurre que nada es solamente lo que es, sino todo lo que puede parecer. El valor de esa ilusión radica únicamente en el cuerpo del actor, que contiene la posibilidad de hablar, de actuar, de performar. La posibilidad es lo más inmaterial que se puede gobernar: las maquinarias abstractas de las economías políticas gobiernan los cuerpos y sus potencias.
En Return of the Junker. JM 2000 el personaje principal está ausente, es un fantasma, una máquina mortal, un cuerpo explosionado en todas sus posibilidades. Más que eso, máquina letal, el coche es siempre un accidente latente, la potencialidad de un desastre activada a cada instante. Aquí la máquina es una técnica, un efecto, un truco: un giro que resuelve la obra. Convertida en efecto doméstico, en cara, en pintura o en taller, sus personalidades se manifiestan en cada fragmento transfigurado. En un tuning inverso, vuelve del desguace para recomponerse en las manos de los artistas vestidos con mono de mecánico y sombrero de prestidigitador.
Sira Pizà
* Creada en el taller familiar de hierro de uno de los artistas, Return of the Junker. JM 2000 es una colaboración entre Josep Maynou y Jordi Mitjà realizada en el entorno del Empordà entre primavera y otoño del 2019.
[1] Jean Baudrillard empieza el capítulo“Anexo: El mundo doméstico y el automóvil” describiendo así el coche en su libro El sistema de los objetos. Siglo XXI Editores, Madrid, 1999.
[2] Gerald Raunig habla de ello en el capítulo “Theater Machines”, en A Thousand Machines, A Concise Philosophy of the Machine as Social Movement. Semiotext(e), MIT Press, Cambridge, Mass., 2010
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