30 junio – 03 septiembre 2022
Office, Barcelona
Texto de la exposición a cargo de Blanca del Río
Parte 1: Sabor a metal
«Le gustaba ese sabor a hierro en la boca». Es curioso cómo definimos así el sabor de la sangre, aun cuando la mayoría de nosotras nunca la hemos probado. Pero ella, c uando se hacía una herida y con el tiempo se le secaba la sangre, tenía la costumbre de arrancarse la postilla para que volviera a salir.También lo hacía con los padrastros que se iba quitando regularmente de alrededor de sus uñas. Era todavía muy pequeña cuando fue consciente por primera vez de su obsesión por rebuscar en las heridas y por lamer la sangre que de ahí volvía a brotar. Ese sabor en el paladar la reconfortaba, y el gesto de hurgar y hacerse daño la hacía sentir viva, la hacía notar que estaba ahí.
Las imágenes de Sara Bonache son fruto del enredo entre representaciones de un imaginario anatómico femenino y de la fisonomía de las plantas. En ellas aparecen elementos como espinas o llamas, hojas que se abren como bocas oscuras y gotas de color rojo que discurren por algunas de sus superficies. Bonache vuelve bello aquello que nos puede atravesar, quemar, morder, hacer daño. Sus imágenes intensas van hasta bien adentro, hacia ese espacio interior e invisible al que nuestros ojos no alcanzan, pero que necesitamos ver y hacer vibrar.
La sensualidad de sus piezas nos atrapa, poseen una feminidad desbordante, aunque rezuman asimismo cierta perversidad y una extrañeza constante.
Parte 2: Lacrimatorio
Las recogía con sumo cuidado para que no se le escaparan y desaparecieran entre sus dedos. Otras veces, recorrían tan rápido sus mejillas que no le daba tiempo a acercar el recipiente a su rostro; caían y le dejaban un rastro justo encima del pecho. Obraba así desde que se enteró de que era común encontrar pequeñas vasijas al lado de las tumbas griegas y romanas, en las que se guardaban las lágrimas del dolor como símbolo de amor por el difunto. Y, aunque los estudios científicos no han demostrado que esto fuera del todo cierto, la idea le gustó y comenzó a intentar conservar todas las lágrimas de aquellos momentos en los que se sentía invadida por la tristeza. Eran muchos y la mayoría no tenían un motivo en concreto, bastaba que una imagen o un olor la acecharan.
Sara Bonache trabaja principalmente con la técnica del pastel, que le permite generar imágenes de contornos difusos y ambientes granulados, semejantes a la manera en que percibimos las formas después de haber llorado. Le interesa la tacticidad y la plasticidad a las que nos invita este material, la transparencia simbólica que ofrece a la mirada, aunque su fragilidad produzca a la vez cierta frustración: pasar los dedos por la superficie del papel cambiaría por completo esas formas, las alteraría, mezclaría los colores que ella tan acertadamente combina. Y no nos permitiría acercarnos al enigma que las impredecibles imágenes de su obra —quizá refractarias a toda interpretación— encierran.